Salmo 24
Señor, enséñame tus
caminos, instrúyeme en tus sendas: haz que camine con lealtad; enséñame, porque
tú eres mi Dios y Salvador.
El Señor es bueno y es
recto, y enseña el camino a los pecadores; hace caminar a los humildes con
rectitud, enseña su camino a los humildes.
Las sendas del Señor son
misericordia y lealtad para los que guardan su alianza y sus mandatos. El Señor
se confía con sus fieles y les da a conocer su alianza.
La analogía de la vida
humana con un camino es muy propia
de nuestra cultura occidental y, en concreto, de la fe cristiana. La vida es un
trayecto que a veces resulta placentero y otras se convierte en un sendero
escarpado y lleno de dificultades. En todo camino hay un inicio y una meta, un
fin. Sabemos que echamos a andar cuando somos engendrados y, para los
creyentes, la meta es regresar a los brazos de nuestro Creador. Pero, durante
el recorrido, que puede ser muy largo y azaroso, necesitamos referencias y
orientación.
Dios se convierte en guía, siguiendo la tradición de la fe
hebrea, que ve a Dios como pastor de su pueblo. No es un dios lejano e
indiferente, a quien nada le importen sus criaturas. No nos abandona, perdidos
en el vasto mundo. Pero, por otra parte, también es cierto que no todos querrán
seguir sus indicaciones.
¿Quiénes escuchan su voz?
Los pecadores y los humildes, dice el salmo. Los que se despojan del orgullo y
reconocen que Dios es más que ellos, que Dios puede más. Los que no se endiosan
ni rechazan a su Creador. Hasta los que cometen errores y ofensas, si abren el
corazón, podrán ser iluminados.
“Las sendas del Señor son
misericordia y lealtad”. Reflexionemos sobre estas palabras. Misericordia es afecto entrañable,
corazón tierno que se derrite de amor. Lealtad
es otra gran virtud de Dios: siempre fiel, siempre está cerca, siempre atento. En
este Año Santo de la Misericordia que iniciaremos el día 8 de diciembre será bueno ahondar en lo que significa que Dios
sea tan cariñoso, velando como una madre sobre sus pequeños. Sus “mandatos” no
son otra cosa que orientaciones que nos guían en el camino de la vida. No son
órdenes arbitrarias, sino avisos y enseñanzas.
Los antiguos judíos
recordaban a menudo esta lealtad de Dios. En el salmo se repite la palabra “alianza”. Es una alianza a dos partes:
Dios y el ser humano. Por la parte de Dios, el amor y la ayuda jamás fallan: Él
siempre da. Por nuestra parte, la humana, no nos exige grandes hazañas. Tan
sólo nos pedirá un alma abierta, dispuesta a recibirle y acogerle. Esta es la
auténtica humildad, que no tiene nada que ver con el encogimiento y la
humillación, sino con la alegría del que se sabe infinitamente amado.
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