Salmo 118
¡Cuánto amo tu voluntad, Señor!
Mi heredad es el Señor; he resuelto guardar tus
palabras. Más estimo yo los preceptos de tu boca que miles de monedas de oro y
plata.
Que tu bondad me consuele, según la promesa hecha a
tu siervo; cuando me alcance tu compasión, viviré y mis delicias serán tu
voluntad.
Yo amo tus mandatos más que el oro purísimo; por
eso aprecio tus decretos y detesto el camino de la mentira.
Tus preceptos son admirables, por eso los guarda
mi alma; la explicación de tus palabras ilumina, da inteligencia a los
ignorantes.
En los versos de este
salmo podemos ver bien unidos dos conceptos que, aparentemente, nuestra cultura
ha contrapuesto: la cabeza y el corazón. La inteligencia y la pasión a menudo
son consideradas incompatibles. Sin embargo, leyendo la Biblia , y leyendo en
profundidad nuestras vidas, nos daremos cuenta de que la verdadera sabiduría
siempre va de la mano del amor.
El pueblo hebreo conocía
el gran poder de la palabra como expresión del pensamiento y de la libertad. La
palabra de Dios se convierte así en expresión de su misma voluntad. Escuchar,
sinónimo de obedecer, es una prioridad en la fe judía. Atender los mandatos del
Señor, su ley, es fuente de paz, alegría y prosperidad. Porque los preceptos
del Señor no son leyes arbitrarias, como las humanas; tampoco son normas
injustas que empequeñecen a la persona, sino que la engrandecen y la iluminan.
Como dice el salmo, «dan inteligencia a los ignorante».
Conjugar la voluntad
propia con la de otro es algo que nos resulta muy difícil. Más aún si se trata
de aunarla con la de Dios, al que a menudo consideramos lejano y exigente. Por
eso, en nuestra pequeña y mezquina visión, nos pasamos la vida intentando
esquivarla, escuchándola a medias o adaptándola a nuestra conveniencia,
llegando a distorsionarla. Quizás nos faltan oración, silencio y apertura de
alma para comprender que la voluntad de Dios es nuestro gozo y nuestra
plenitud. ¿Quién, más que Él, desea lo mejor para nosotros? Quizás nos falta confianza
en su amor.
El poeta de este salmo no
duda. Confía en la bondad de Dios y llega a decir unas palabras que bien
podríamos oír en boca de Jesús: «mis delicias serán tu voluntad». Sólo quien
ama intensa y totalmente puede pronunciarlas. Cuando dos se aman, la voluntad
de uno y otro son la misma. Y ese amor enriquece el alma y la hace sabia. Es su
tesoro.
En el evangelio de hoy,
Jesús recogerá esta idea y la explicará en forma de parábolas: un tesoro
escondido en el campo, una perla preciosa, la buena pesca del mar… Quien
encuentra estos bienes es capaz de renunciar a todo por ellos. Porque ha
encontrado la riqueza más valiosa.
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