Salmo 146
Alabad al Señor, que sana los
corazones destrozados.
Alabad al Señor, que la música es buena; nuestro
Dios merece una alabanza armoniosa. El Señor reconstruye Jerusalén, reúne a los
deportados de Israel.
Él sana los corazones destrozados, venda sus
heridas. Cuenta el número de las estrellas, a cada una la llama por su nombre.
Nuestro Señor es grande y poderoso, su sabiduría
no tiene medida. El Señor sostiene a los humildes, humilla hasta el polvo a los
malvados.
Este salmo es un cántico
de consolación. En sus versos leemos el momento histórico difícil que
atravesaba el pueblo de Israel. Destruido su reino y su templo, sin tierra,
deportado al exilio en Babilonia, un resto del pueblo resiste con fe y espera
ver el día en que podrán regresar.
Es en medio de estas
circunstancias tan penosas cuando la fe vacila. Hoy nos sucede lo mismo. Vivimos las consecuencias de una pandemia inesperada que ha paralizado a media humanidad y ha traído el miedo y la incertidumbre a muchos hogares. Cuando
todo parece derrumbarse ¿dónde está Dios? ¿Es realmente bueno, permitiendo
que sucedan tantas desgracias? Y si lo es, ¿dónde está su poder, que no las
evita?
La voz del salmista pone
un acento en la bondad del Señor e invita a perseverar en la fe. Sí, Dios sigue
siendo bueno, sana los corazones
destrozados. Con imágenes tiernas, de protección y cuidado, el salmo
recuerda que Dios tiene contadas hasta las estrellas y las conoce, a todas, por
su nombre. ¿Cómo no va a cuidar de cada una de sus criaturas humanas? Cada alma
es una estrella en sus manos.
Y también insiste en que
Dios es grande y poderoso, que está junto a los humildes, junto a los que
sufren y son aplastados, y que un día hará justicia. Los malvados morderán el
polvo y los que fueron arrancados de su tierra volverán a ella.
¿Son simples palabras de
consuelo? Dice el refrán popular que quien canta, su mal espanta. Los versos
del salmo, como una oración poética, alivian el corazón herido y despiertan la
esperanza. Pero la historia humana, y nuestra historia personal, nos muestran,
una y otra vez, que cuando confiamos en Dios, siempre somos escuchados. Al cabo
del tiempo aprendemos a descifrar el significado del dolor y de las pruebas,
salimos fortalecidos y vemos que, aún en los tiempos más oscuros, Dios estuvo
ahí, cercano y amante, sosteniéndonos en la flaqueza, sufriendo con nosotros en
el dolor, alentándonos a mirar a lo alto y a seguir adelante.
En clave cristiana,
podemos mirar a la Cruz. Jesús ,
crucificado, entregando hasta la última gota de sangre, es la respuesta de Dios
ante el dolor y la injusticia del mundo. Una respuesta que no termina en el
madero, sino en la mañana clara del domingo de resurrección.
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