Salmo 122
R/. Nuestros ojos están en
el Señor,
esperando su misericordia
A ti levanto mis ojos,
a ti que habitas en el cielo.
Como están los ojos de los esclavos
fijos en las manos de sus señores. R/.
Como están los ojos de la esclava
fijos en las manos de su señora,
así están nuestros ojos
en el Señor, Dios nuestro,
esperando su misericordia. R/.
Misericordia, Señor, misericordia,
que estamos saciados de desprecios;
nuestra alma está saciada
del sarcasmo de los satisfechos,
del desprecio de los orgullosos. R/.
esperando su misericordia
A ti levanto mis ojos,
a ti que habitas en el cielo.
Como están los ojos de los esclavos
fijos en las manos de sus señores. R/.
Como están los ojos de la esclava
fijos en las manos de su señora,
así están nuestros ojos
en el Señor, Dios nuestro,
esperando su misericordia. R/.
Misericordia, Señor, misericordia,
que estamos saciados de desprecios;
nuestra alma está saciada
del sarcasmo de los satisfechos,
del desprecio de los orgullosos. R/.
Este salmo de súplica es muy conocido. Lo hemos cantado,
seguramente, muchas veces, y quizás hemos rezado con estas palabras: ¡Misericordia,
Señor, misericordia! Cuando uno se siente abatido y abrumado por los problemas,
cuando nos parece que ya no podemos más, gritamos al cielo. ¡Dios mío, ten
compasión! ¡Ayúdanos!
Somos como el niño, llorando y aterido de frío, que corre a
buscar el regazo cálido de su madre.
E igual que el niño, que necesita sentir la presencia
materna cerca, cuando nos encontramos desamparados buscamos la mirada de Dios.
Necesitamos sentirlo cerca, necesitamos que nos mire. Necesitamos como el aire
que respiramos su mirada amorosa, llena de compasión y comprensión. Una mirada
que nos renueva y nos fortalece por dentro.
Quisiera centrarme ahora en la última estrofa. «Estamos
saciados de desprecios… del sarcasmo de los satisfechos, del desprecio de los
orgullosos». Todos hemos vivido algún momento, en nuestra vida, en que nos hemos
sentido así. Nos duele el sarcasmo y la burla. Nos hiere el desprecio de
quienes se sienten superiores a nosotros. Nos sentimos pisoteados, aplastados,
reducidos a polvo cuando alguien nos atropella y nos falta al respeto. Cuando nos
hace sentirnos poca cosa, o miserables. La moderna palabra ninguneados lo expresa muy bien. Para algunas personas, somos nadie.
Las heridas al yo son profundas. Porque nuestro yo, nuestra
identidad, es el núcleo de nuestro ser. Y todos necesitamos sentirnos aceptados
y respetados tal como somos, por ser así. Por desgracia, en nuestro mundo,
muchas veces recibimos golpes. Comenzando por la familia, la escuela y nuestro
entorno más cercano, y acabando en el mundo, en la sociedad, donde muchas
personas ven ignorados o pisoteados sus derechos. Parados, desahuciados, sin
techo, inmigrantes, refugiados, mujeres maltratadas o niños abandonados en su
propio hogar… Todos ellos podrían entonar las palabras de este salmo. Quizás nosotros
nos encontramos en alguna de estas situaciones.
El salmo nos invita a no desesperar. A mirar al cielo,
aunque nos parezca desierto y vacío. A buscar la mirada de Dios. Él nos mira, no
desde arriba. No desde su superioridad infinita, ni desde los cielos
inabarcables. Él nos mira desde las profundidades, desde lo más hondo de
nuestro ser. Él nos ve y nos sostiene, porque si no fuera por él, no
existiríamos siquiera. En lo más oculto de nuestro corazón hay una fuerza inimaginable,
una vida que viene de Dios. Y esa vida es amor puro, es aceptación, es misericordia,
es gozo y es deseo de existir. Dentro de nosotros, en esa «morada», como diría
santa Teresa, encontraremos la fuerza y la compasión que necesitamos. Y el
empuje para salir adelante. Dentro de nosotros, en esa alma tan ignorada y
desconocida que todos tenemos, encontraremos la mirada de Dios.
Muy buenos días padre Joaquín
ResponderEliminarUna vez más gracias padre por su “profunda” y hermosa reflexión gracias por todo su ministerio y continúa obra, pedimos a Dios nuestro Señor que lo Bendiga con fuerzas sobre naturales .
Un fuerte y sincero abrazo