Los salmos nos resultan cercanos porque son oraciones surgidas del corazón en momentos culminantes de la vida. Pueden ser súplicas desgarradas o alabanzas exultantes, llenas de alegría y gratitud. Pero en todos ellos late, tras la voz que pronuncia los versos, una confianza profunda: la certeza de que son palabras dirigidas a un Dios que escucha.
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