Descansa sólo en Dios, alma mía.
Sólo en Dios descansa mi alma, porque de él viene mi salvación; sólo él es mi roca y mi salvación; mi alcázar, no vacilaré.
Descansa sólo en Dios, alma mía, porque él es mi esperanza; sólo él es mi roca y mi salvación, mi alcázar: no vacilaré.
De Dios viene mi salvación y mi gloria, él es mi roca firme, Dios es mi refugio. Pueblo suyo, confiad en él, desahogad ante él vuestro corazón.
Decía un gran teólogo que cuando oramos a solas, lo mejor que podemos hacer es dejar a un lado nuestras preocupaciones, nuestras angustias, y… reposar en Dios como en una butaca.
Descansar en Dios. Sólo en sus brazos encontramos la verdadera paz, la que no se acaba y no puede ser barrida por las mil y una preocupaciones de la vorágine diaria. Sólo en Él nuestro espíritu puede reposar verdaderamente.
El salmo describe el amparo divino como roca, como refugio, como tabla de salvación, como castillo. En el mundo, hoy, todos buscamos seguridad. Fijémonos en cuántos recursos destinamos a “asegurarnos”: en el trabajo, en nuestra vejez, cuando viajamos… Queremos seguros para nuestro coche, para nuestra casa, para nuestros ahorros y para nuestros hijos. El miedo a perderlo todo, a la carencia, al dolor, es un poderoso motivador. El miedo a la pobreza también. De ahí nuestra obsesión, a veces enfermiza, por el trabajo y el dinero.
Nuestro buen hacer, por supuesto, nos puede proporcionar una situación económica desahogada o, al menos, digna. Y nos aporta satisfacciones y bienestar. Pero, como nos recuerda Jesús en el evangelio, nada de lo que hagamos podrá alargar una sola hora el tiempo de nuestra vida. Lo más importante no está en nuestras manos.
“De Dios viene mi salvación y mi gloria”, dice el salmo. Lo mejor que tenemos no es nuestro, sino suyo. Son sus regalos: la vida, el tiempo, el universo, las personas que nos rodean; la capacidad de ser creativos y de amar. Todo lo que realmente nos hace felices es suyo. Por eso, cuando buscamos tan persistentemente la paz, la seguridad y la alegría vital, no deberíamos despistarnos. La economía está bien. El trabajo está bien. Pero la única fuente de todo cuanto realmente anhelamos es Dios. ¡Nunca lo olvidemos!
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