El Señor es mi pastor, nada me falta.
El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me
hace recostar, me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas.
Me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre. Aunque
camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo: tu vara y tu
cayado me sosiegan.
Preparas una mesa ante mí, enfrente de mis enemigos; me
unges la cabeza con perfume, y mi copa rebosa.
Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de
mi vida, y habitaré en la casa del Señor por años sin término.
Las lecturas de hoy nos presentan a Jesús como imagen del
buen pastor. Esta imagen está profundamente arraigada en la cultura de Israel,
desde muy antiguo. El pueblo que nació nómada no pierde la memoria. El pastor
que guía y cuida al rebaño se convierte en espejo del buen guía, del líder que
ha venido para servir y dar la vida, no para mandar ni arrebatar.
Cuando Jesús explica que él es el buen pastor, seguramente
tiene en su mente los versos de este salmo. La comparación es precisa y define
cómo debe ser aquel que tiene a su cargo otras personas. Estas frases apelan a
padres, maestros, consejeros, directores de escuelas, de empresas u
organizaciones; a consultores, médicos, políticos, terapeutas… Todos los que
ocupamos algún puesto de responsabilidad deberíamos situarnos ante este espejo
del buen pastor: ¿somos buenos guías? ¿Trabajamos al servicio de los demás,
pensando ante todo y solo en su bien? ¿O escondemos, a veces inconscientemente,
intereses personales, un afán de autorrealización, de suplir nuestras propias
carencias, alguna vanidad, ganancia económica, o prestigio social?
Las señales del buen guía son estas: primero, conducen a las
personas a buenos pastos. Atienden a sus necesidades, buscan su bien aunque el
camino hacia esas praderas no sea el más fácil ―a menudo es cuesta arriba―. Las
llevan a fuentes tranquilas para reparar sus fuerzas: el buen guía no absorbe
energías, no inquieta las mentes ni las domina. No “come el tarro”, como se
dice coloquialmente. Da paz, da alimento bueno para el cuerpo y el alma. Hace crecer a los demás. Está lleno de
humanidad.
Unge la cabeza de perfume y llena la copa: son imágenes
propias de reyes. El rey es ungido y un copero lo sirve. El buen guía no tiraniza
ni se sirve de la gente, sino que está a
su servicio, como Jesús mostró con su gesto de lavar los pies a sus discípulos.
El hijo del hombre no ha venido a que le
sirvan, sino a servir y a dar su vida…
Y es fiel. Tu bondad y tu misericordia me acompañarán
todos los días de mi vida. El buen líder no tira la toalla, no se cansa, no
abandona a los suyos. Permanece, leal, firme, siempre amante, siempre
comprensivo, siempre generoso.
Servir, hacer crecer, ser fiel: estas son características
del buen pastor. Jesús reúne en sí todas ellas. Dejémonos guiar por él. Agradezcamos
su compañía e imitémosle en nuestra vida diaria.
No hay comentarios:
Publicar un comentario