Salmo 32
Que tu misericordia, Señor, venga
sobre nosotros, como lo esperamos de ti.
Aclamad, justos, al Señor, que merece la alabanza
de los buenos. Dad gracias al Señor con la cítara, tocad en su honor el arpar de
diez cuerdas.
Que la palabra del Señor es sincera, y todas sus
acciones son leales; él ama la justicia y el derecho, y su misericordia llena
la tierra.
Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en
los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y
reanimarlos en tiempo de hambre.
Con una imagen musical y
festiva, este salmo nos invita a alabar a Dios en medio de cánticos. Quien
piense que la religión es alto triste, una serie de normas morales que reprimen
la alegría y la espontaneidad humana, anda bien errado. Los salmos de loanza
son un buen ejemplo de ese gozo exultante que emana de aquellos que se saben
amados y protegidos por Dios.
Misericordia, esa palabra
tan poco comprendida, significa en su origen amor entrañable de madre. ¿Quién
no ha contemplado a los niños jugar, alegres y despreocupados, en algún parque
o en la playa? Juegan, gritan, ríen, porque saben que, discretamente, allí
están sus padres, quizás sin intervenir, pero velando por ellos, mirándolos con
amor. Así, el ser humano que vive bajo la mirada de Dios puede crecer y
expandirse, ser creativo, ser audaz y alimentar el júbilo en su corazón. Porque
sabe que un Padre amoroso lo cuida siempre: “Los ojos del Señor están puestos
en sus fieles…”
Pero la fe no sólo aporta
alegría íntima en la vida privada. El salmo precisa que Dios ama la justicia y
el derecho. Dios combate el hambre y la muerte. Creer implica trabajar por un
mundo donde toda persona encuentre su lugar y donde su dignidad sea defendida.
Ser consecuentes con nuestra fe significa vivir y actuar de manera que, a
nuestro alrededor, no haya hambre, ni material ni espiritual. Significa
defender y optar por la vida. Vivir con una actitud compasiva no exige sólo
“sentir”, sino obrar de una cierta manera.
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