Salmo 79
La viña del Señor es la casa de
Israel.
Sacaste una vid de Egipto, expulsaste a los
gentiles, y la trasplantaste. Extendió sus sarmientos hasta el mar, y sus
brotes hasta el Gran Río.
¿Por qué has derribado su cerca para que la
saqueen los viandantes, la pisoteen los jabalíes y se la coman las alimañas?
Dios de los ejércitos, vuélvete: mira desde el
cielo, fíjate, ven a visitar tu viña, la cepa que tu diestra plantó, y que tú
hiciste vigorosa.
No nos alejaremos de ti: danos vida, para que invoquemos
tu nombre. Señor, Dios de los ejércitos, restáuranos, que brille tu rostro y
nos salve.
La lectura de este salmo
nos trae una serie de vigorosas imágenes simbólicas. Los mismos versos nos dan
la clave del contexto histórico del pueblo de Israel cuando el salmista compuso
este cántico. La vid es el pueblo elegido. Dios lo libera de la esclavitud,
sacándolo de Egipto, y lo conduce hasta la Tierra Prometida. Allí,
continúa el salmo, esta vid —el pueblo— se extiende, desde el Gran Río, el
Jordán, hasta el mar.
Pero, ¿qué sucede años
más tarde? Israel, tras un breve periodo de monarquía, ve cómo su reino sucumbe
ante los invasores extranjeros. Su tierra es arrasada, Jerusalén destruida, sus
habitantes deportados a Babilonia, cautivos. El salmo expresa el dolor del
pueblo que, tras vivir el gozo de la promesa cumplida, experimenta luego la
pérdida de todo aquello que recibió.
La viña saqueada es una
imagen de la destrucción causada por la guerra y la invasión. Y el pueblo se
pregunta el porqué. ¿Qué ha ocasionado tal devastación?
Los autores bíblicos
buscaron explicaciones a cuanto les sucedía. Y achacaron sus calamidades a la corrupción
moral y al alejamiento de Dios. Hoy, podríamos reflexionar si buena parte de
los problemas que afligen al mundo no son justamente causados por la falta de
escrúpulos de muchas personas y su total indiferencia hacia Dios. Porque el rechazo
a Dios conlleva, muy a menudo, el desprecio del hombre.
Pero a diferencia de hoy,
en que muchos, incluso cristianos, pierden la fe o dudan de Dios, los
israelitas jamás renegaron de su Señor. El salmo, que primero nos muestra una
imagen desoladora del pueblo, continúa con estas invocaciones fervientes: Dios
de los ejércitos, vuélvete, restáuranos,
sálvanos. Que tu rostro brille para nosotros, no nos des la espalda. A las
peticiones, se añade una promesa de lealtad: “no nos alejaremos de ti”.
Aún podemos ahondar más
en estos versos del salmo. Si los leemos a la luz del evangelio veremos que su
significado es mucho más dramático e intenso. La viña puede ser imagen del
mundo entero, y también de la Iglesia.
Nacida como una pequeña vid, superando toda clase de
obstáculos, se ha extendido por el mundo. Y, sin embargo, miramos a nuestro
alrededor y vemos dolor, conflictos, muerte y violencia. Los cristianos son
perseguidos y masacrados en algunos países. En las mismas instituciones
religiosas se libran auténticas guerras internas. ¿Por qué Dios permite esto?
La respuesta la encontraremos en el evangelio de hoy, donde Jesús recoge el
tema de este salmo para explicar una parábola tremenda: la del amo de la viña,
los viñadores y su hijo. Dios no abandona su viña: tanto la ama, que envía a su
propio Hijo a cuidarla. Pero son los viñadores —nosotros, los humanos—, los que
traicionan la confianza de su señor, la devastan y matan al Hijo. Hoy, muchos
ignoran, pisotean la Iglesia
y quisieran matar a Dios.
¿Qué hacer? Muchos
buscamos respuestas y soluciones. Quizás la primera, y la mejor respuesta, se
encuentre implícita en los versos de este salmo. Necesitamos a Dios.
Necesitamos su cercanía, su rostro brillando para nosotros. Necesitamos contar
con Él. En realidad, Dios nunca ha querido alejarse. Somos nosotros quienes
necesitamos abrir nuestro corazón, nuestra mente, nuestro espíritu, y caminar
con Él. Nos salvará una profunda y sincera conversión.
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