Salmo 127, 1-5
Dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos.
Comerás del fruto de tu trabajo, serás dichoso, te
irá bien.
Tu mujer, como parra fecunda, en medio de tu casa;
tus hijos, como renuevos de olivo, alrededor de tu
mesa.
Ésta es la bendición del hombre que teme al Señor. Que el Señor te bendiga desde Sión,
que veas la prosperidad de Jerusalén todos los
días de tu vida.
En este salmo hay una loanza doble: a Dios, que reparte sus bendiciones y que
vela por nosotros «todos los días de nuestra vida», y al justo que sigue los
caminos del Señor. A través de imágenes sencillas y expresivas, el salmista nos
muestra qué dones recibe el que «teme al Señor»: son aquellos que todo hombre
de aquella época podría considerar los mayores bienes: una esposa fecunda, un
hogar próspero, hijos sanos y hermosos, salud y una descendencia numerosa. Hoy,
tantos siglos después, también podríamos decir que este es el sueño de
muchísimas personas: formar una familia, gozar de bienestar económico y vivir
una vida larga y pacífica junto a los seres queridos.
Pero, ¿quién puede
conseguir esta felicidad? ¿Quién es el que teme
al Señor y sigue sus caminos? En lenguaje de hoy, no podemos comprender que
haya que tener miedo de un Dios que es amor. Pero esa falta de temor tampoco
nos ha de llevar al olvido y al descuido. Dios nos ama, pero también nos
enseña. Nos muestra, a través de la
Iglesia y especialmente a través de su Hijo, Jesús, cuál es
el camino para alcanzar una vida digna, llena de bondad. Lo que hemos de temer
es olvidarnos de él, ignorarlo, vivir a sus espaldas. ¡Ay de nosotros si
apartamos a Dios de nuestra vida! Caeremos en la oscuridad y en el
desconcierto, y comenzaremos a vagar a la deriva. Perderemos la paz, la armonía
familiar y hasta los bienes materiales, tarde o temprano.
Los antiguos ya indagaron
sobre qué debía hacer el hombre que buscaba una vida sana, dichosa y en paz. Muchos
filósofos clásicos llegaron a la conclusión de que se podía alcanzar mediante
la honradez y la práctica de las virtudes. También los israelitas creían que
mediante el culto a Dios y el cumplimiento de sus mandatos, que no dejan de ser
prácticas cívicas y virtuosas, podrían alcanzarla. Los cristianos, hoy, tenemos
un camino aún más claro y directo: Jesús. Ya no se trata de aprender leyes o de
leer muchos libros, sino de conocer, amar e imitar al que amó generosamente,
hasta el extremo, y aprender a amar como él lo hizo: entregándose. Ese es
nuestro auténtico camino.
Por eso este salmo, además
de alabanza, es un recordatorio. Dios cuida de nosotros siempre, cada día que
pasa. Y nos muestra el camino hacia la «vida buena», la que todos anhelamos en
lo más profundo de nuestro ser, la que merece ser vivida.
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