Salmo 24
Tus sendas, Señor, son misericordia
y lealtad para los que guardan tu alianza.
Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus
sendas: haz que camine con lealtad; enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador,
y todo el día te estoy esperando.
Recuerda, Señor, que tu ternura y tu misericordia
son eternas; acuérdate de mí con misericordia, por tu bondad, Señor.
El Señor es bueno y es recto, y enseña el camino a
los pecadores; hace caminar a los humildes con rectitud, enseña su camino a los
humildes.
El camino como símbolo de
la vida es una imagen muy frecuente en la literatura y en el lenguaje
espiritual. Este camino tiene un inicio, nuestro nacimiento, y en él vamos con
un equipaje que es nuestra herencia: genética, familiar, histórica, la
educación que hemos recibido… Pero, aunque el inicio y el bagaje son algo que
no elegimos, en el momento en que alcanzamos nuestro uso de razón somos muy
libres para decidir hacia dónde debemos ir.
¿Hacia dónde voy? Es una
pregunta que toda persona se hace en algún momento de su vida. Decidir nuestro
destino se convierte en una cuestión crucial. Para muchos, esa meta, decidir
hacia dónde dirigir sus pasos, es un dilema, un motivo de angustia, de
interrogantes y dudas.
Encontrar nuestro propósito
vital, saber para qué estamos en este mundo, se convierte para muchos en un
largo trayecto, a veces lleno de giros, desvíos e incluso retrocesos. El camino
puede dar muchas vueltas, pero lo importante es tener la meta clara.
Muchas personas tienen su
vocación definida. Algunas saben muy bien lo que quieren desde jóvenes. A otras
les cuesta más y otras se pasan la vida buscando y probando. En Occidente se
estila mucho la noción del hombre hecho a sí mismo, que se va modelando como
quiere y puede sacar todas las fuerzas de su interior.
Pero, ¿de dónde procede
esta fuerza, ese potencial inmenso que tenemos adentro? ¿De dónde surgen
nuestros talentos? Todo cuanto tenemos es un don que hemos recibido. Tener la
humildad de reconocerlo, de admitir que no nos hemos dado la vida ni lo más
valioso que tenemos, nos dará luz. Si sabemos hacer silencio y ahondar en
nuestro yo profundo encontraremos la fuente de nuestro ser y de nuestro
potencial. Y la misma fuente nos indicará el camino.
Dios es el gran maestro
interior que nos muestra cómo es nuestra naturaleza profunda. Dios nos señala
nuestra misión en la vida. Y esta misión no será un capricho suyo, sino aquello
que, en el fondo, deseamos de corazón. ¿Quién nos conoce mejor que Aquel que
nos ha creado?
Escuchar la llamada de
Dios nos hará crecer a cada cual según como somos. Por eso el salmista suplica:
¡muéstrame tus caminos! Porque tus caminos son mis caminos, y mi plenitud es tu
gloria, Señor. Pero para vislumbrar esta senda, como subraya el salmista, es necesaria
mucha humildad. Solo el humilde abre sus oídos y su alma. Solo el humilde se
deja enseñar y guiar. Solo el humilde confía. Y la confianza no lo defraudará. Dios
es leal, ¡no falla!
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