13 de marzo de 2015

Cantadnos un cantar de Sión



Salmo 136

Que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti.

Junto a los canales de Babilonia nos sentamos a llorar con nostalgia de Sión; en los sauces de sus orillas colgábamos nuestras cítaras.

Allí los que nos deportaron nos invitaban a cantar, nuestros opresores, a divertirlos: «Cantadnos un cantar de Sión.»

¡Cómo cantar un cántico del Señor en tierra extranjera! Si me olvido de ti, Jerusalén, que se me paralice la mano derecha.

Que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti, si no pongo a Jerusalén en la cumbre de mis alegrías.


Este  salmo fue escrito en los tiempos en que los israelitas, destruido su reino, su ciudad y su templo, vivían exiliados en Babilonia.

Sentados junto a los ríos de la opulenta ciudad extranjera, añoran y cantan la ciudad amada, sobre el monte Sión, y recuerdan los tiempos en que vivían allí y cantaban al Señor.

No deja de ser una ironía cruel que los señores babilonios, al oírlos, les pidan que canten: lo que para los israelitas es un lamento, para los opresores es una distracción, una música bonita para pasar el rato.

El salmista expresa la rabia y la tristeza del pueblo cautivo. ¿Cómo cantar una alabanza al Señor, lejos de su tierra, bajo la esclavitud? ¿No es absurdo? Pero otra reacción viene de inmediato: no, el pueblo no puede olvidar al Señor, no puede olvidar a su Dios. Pese a todo lo ocurrido, y pese a que, para muchos, quizás Dios los ha abandonado a su suerte, Él sigue ahí. Él sigue dando sentido a la vida que queda cuando se ha perdido todo lo demás.

Las imágenes son muy expresivas: que se me paralice la mano, que se me pegue la lengua al paladar, si me olvido de ti, Señor; si no abro la boca para cantar, si no enciendo esa esperanza en mi corazón, recordando que tú sigues ahí.

Durante los duros años del exilio babilónico, hubo grupos que lucharon por mantener viva la identidad de Israel y su fe. Lo consiguieron reavivando la devoción y renovando la esperanza en la justicia y en la bondad de Dios. Llegaron a ver la historia, con todas sus catástrofes, como parte de un designio mayor donde, finalmente, brilla la misericordia divina.

En tiempos de dificultades personales, podemos leer este salmo como una invitación a no desesperar, a seguir confiando. “Quien canta su mal espanta”, dice el refrán. Pero quien canta a Dios todavía consigue más: eleva al Señor una plegaria viva, vehemente, apasionada y sincera. Y, no nos quepa duda, Él escucha.   

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