Salmo 136
Que se me pegue la lengua al paladar
si no me acuerdo de ti.
Junto a los canales de Babilonia nos sentamos a
llorar con nostalgia de Sión; en los sauces de sus orillas colgábamos nuestras
cítaras.
Allí los que nos deportaron nos invitaban a
cantar, nuestros opresores, a divertirlos: «Cantadnos un cantar de Sión.»
¡Cómo cantar un cántico del Señor en tierra
extranjera! Si me olvido de ti, Jerusalén, que se me paralice la mano derecha.
Que se me pegue la lengua al paladar si no me
acuerdo de ti, si no pongo a Jerusalén en la cumbre de mis alegrías.
Este salmo fue escrito en los tiempos en que los
israelitas, destruido su reino, su ciudad y su templo, vivían exiliados en
Babilonia.
Sentados junto a los ríos
de la opulenta ciudad extranjera, añoran y cantan la ciudad amada, sobre el
monte Sión, y recuerdan los tiempos en que vivían allí y cantaban al Señor.
No deja de ser una ironía
cruel que los señores babilonios, al oírlos, les pidan que canten: lo que para
los israelitas es un lamento, para los opresores es una distracción, una música
bonita para pasar el rato.
El salmista expresa la
rabia y la tristeza del pueblo cautivo. ¿Cómo cantar una alabanza al Señor,
lejos de su tierra, bajo la esclavitud? ¿No es absurdo? Pero otra reacción
viene de inmediato: no, el pueblo no puede olvidar al Señor, no puede olvidar a
su Dios. Pese a todo lo ocurrido, y pese a que, para muchos, quizás Dios los ha
abandonado a su suerte, Él sigue ahí. Él sigue dando sentido a la vida que
queda cuando se ha perdido todo lo demás.
Las imágenes son muy
expresivas: que se me paralice la mano, que se me pegue la lengua al paladar,
si me olvido de ti, Señor; si no abro la boca para cantar, si no enciendo esa
esperanza en mi corazón, recordando que tú sigues ahí.
Durante los duros años
del exilio babilónico, hubo grupos que lucharon por mantener viva la identidad
de Israel y su fe. Lo consiguieron reavivando la devoción y renovando la
esperanza en la justicia y en la bondad de Dios. Llegaron a ver la historia,
con todas sus catástrofes, como parte de un designio mayor donde, finalmente,
brilla la misericordia divina.
En tiempos de
dificultades personales, podemos leer este salmo como una invitación a no
desesperar, a seguir confiando. “Quien canta su mal espanta”, dice el refrán.
Pero quien canta a Dios todavía consigue más: eleva al Señor una plegaria viva,
vehemente, apasionada y sincera. Y, no nos quepa duda, Él escucha.
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