Salmo 33
Gustad y ved qué bueno es el Señor.
Bendigo al Señor
en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca; mi alma se gloría en el
Señor: que los humildes lo escuchen y se alegren.
Todos sus santos,
temed al Señor, porque nada les falta a los que le temen; los ricos empobrecen
y pasan hambre, los que buscan al Señor no carecen de nada.
Venid, hijos,
escuchadme: os instruiré en el temor del Señor; ¿hay alguien que ame la vida y
desee días de prosperidad?
Guarda tu lengua
del mal, tus labios de la falsedad; apártate del mal, obra el bien, busca la
paz y corre tras ella.
La estrofa de este salmo
es de una belleza fresca y sorprendente. Gustad
y ved. No nos habla de fe ciega, tampoco
de conocimiento intelectual o de razones. La bondad del Señor no solo se sabe o
se cree, sino que se gusta, se saborea, se palpa, se ve. La experiencia de Dios
no se limita a nuestra mente, sino que rebasa el campo del pensamiento y empapa
toda nuestra existencia. Dios nos habla a través del corazón y de los sentidos.
Y su sabor es bueno. Su experiencia
es dulce y vivificante. No nos adormece, sino que nos despierta y nos
fortalece.
A continuación, el salmo
habla de una actitud poco comprendida y a veces mal interpretada: el temor del
Señor. ¿Qué significa temer a Dios? Para muchos, es reconocimiento de su
grandeza y respeto ante su poder. Para otros, implica obediencia incondicional,
sumisión. Para otros, adoración ante su misterio. Para los detractores de la
fe, por supuesto, es una forma de atar a los fieles para someterlos a los
dictados de los líderes religiosos.
En muchos lugares de la
Biblia se habla de este temor de Dios. ¿Cómo
conjugarlo con las palabras que acabamos de pronunciar: “gustad y ved
qué bueno es el Señor”?
Un teólogo dijo que temor
de Dios no es espanto de él, sino miedo a perderle, miedo a alejarse de él,
miedo a romper con él. Es el temor a perder lo más valioso, lo más bello e
importante de nuestra vida. Y este temor está fundado en un profundo amor.
¿Quién no sufre o teme perder lo que más ama?
“Nada les falta a los que
le temen”, “no carecen de nada”. Estas frases me llevan a aquella tan conocida
de Santa Teresa: “Solo Dios basta; quien a Dios tiene, nada le falta”. Creo que
por aquí hemos de entender el “temor de Dios”. Ha de ser ese deseo de que jamás
falte de nuestra vida, que siempre esté presente, cercano. Que todo cuanto
hagamos sea ante su presencia, por él y con él. Porque Dios, lejos de ser un
policía controlador de nuestros actos, es la presencia amorosa que llena de
sentido y plenitud cada minuto de nuestra vida.
Actuar con Dios supone
justicia, bondad, generosidad, verdad. El último verso del salmo detalla cómo
obran los que “temen a Dios”: apartándose del mal y de la mentira, buscando la
paz. Verdad, paz, bien, esto son señales seguras de que Dios está cerca.
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