Salmo 14
Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda?
El que procede honradamente
y practica la justicia,
el que tiene intenciones leales
y no calumnia con su lengua.
El que no hace mal a su prójimo
ni difama al vecino,
el que considera despreciable al impío
y honra a los que temen al Señor.
El que no presta dinero a usura
ni acepta soborno contra el inocente.
El que así obra nunca fallará.
y practica la justicia,
el que tiene intenciones leales
y no calumnia con su lengua.
El que no hace mal a su prójimo
ni difama al vecino,
el que considera despreciable al impío
y honra a los que temen al Señor.
El que no presta dinero a usura
ni acepta soborno contra el inocente.
El que así obra nunca fallará.
¿Quién puede hospedarse en la tienda de Dios? Es
una hermosa imagen que nos traslada a los tiempos del éxodo, cuando el pueblo
nómada viajaba de un lugar a otro y también Dios tenía un templo ambulante, una
tienda en la que se alojaba su divinidad.
En lenguaje cristiano, diríamos: ¿quién puede
entrar en el cielo? O en términos más actuales: ¿Quién puede vivir junto a
Dios? Si queremos hablar en un lenguaje más místico podríamos decir: ¿quién
tiene a Dios en su interior? ¿Quién se llena de su presencia?
Porque todos ansiamos entrar en ese reino, esa
dimensión sobrenatural donde se vive en plenitud, donde se halla la paz y la
felicidad sin límites. Aunque vivimos en un mundo complicado, lleno de
problemas, limitado por todas partes, nuestro corazón ansía ese cielo donde la
belleza, la bondad y la verdad se encuentran en su plenitud.
Pues bien, los salmistas, que cantan una honda
experiencia de Dios, nos dicen que el reino de Dios no está tan alejado del
reino de los hombres. Que el cielo en la tierra no es algo que esté fuera de
nuestro alcance. Que para alojar a Dios entre nosotros no necesitamos hacer
grandes cosas: basta con que abramos nuestras puertas al vecino, al hermano, al
prójimo que necesita de nosotros. El salmo de hoy nos viene a decir que el
reino del cielo empieza en la tierra, y que a Dios le preocupan los asuntos humanos,
tanto o quizás más que a nosotros mismos.
¿Quién entrará en el cielo? ¿Quién se alojará en
presencia de Dios? El salmo va repasando: el que es honrado, practica la
justicia, no difama, no hace daño, respeta a los creyentes, no hace usura ni
acepta sobornos. En definitiva, se trata de cumplir los mandamientos, esos
principios básicos de convivencia y honestidad que, si se cumplieran, harían
que nuestro mundo fuera mucho mejor.
Fijémonos que Dios no pide cosas extraordinarias
ni místicas: no pide grandes sacrificios, ofrendas, oraciones o prácticas
ascéticas. No pide acciones especialmente “espirituales”, sino que nos
comportemos bien en nuestro día a día y que no cedamos a las tentaciones, tan
habituales, de la codicia, la crítica,
el orgullo y el desprecio.
A veces pensamos que estaremos más cerca de Dios
por ir mucho a la Iglesia o por mucho rezar. Esto es buenísimo, y agrada a
Dios, por supuesto. Pero muchas personas creyentes y practicantes olvidan, en
cambio, ser generosas, ayudar a los pobres, y les encanta criticar y sacar los
defectos a los demás. Nuestra actitud hacia el dinero y lo que hacemos con la
lengua nos aleja de Dios, porque a menudo es egoísta y perjudica a los que nos
rodean. Olvidamos que la segunda parte del gran mandamiento, que los engloba a
todos, es “amar al prójimo como a uno mismo”. Nos quedamos en Dios… y nos
olvidamos del otro. Cuando el otro es la imagen más próxima, más perfecta y más
asequible de nuestro Creador.
¿Queremos alojarnos en la tienda de Dios? Abramos
nuestra tienda a nuestros hermanos, abramos nuestro corazón a ayudarles, y
digamos "no" a todo cuanto pueda perjudicarles. Es un primer y gran paso para
vivir el reino del cielo aquí en la tierra.
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