26 de febrero de 2016

El Señor es compasivo...

Salmo 102

El Señor es compasivo y misericordioso.

Bendice, alma mía, al Señor, y todo mi ser a su santo nombre. Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios.

Él perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades; él rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura.

El Señor hace justicia y defiende a todos los oprimidos; enseñó sus caminos a Moisés y sus hazañas a los hijos de Israel.

El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia; como se levanta el cielo sobre la tierra, se levanta su bondad sobre sus fieles.


Este es un salmo muy conocido. Sus palabras resuenan en nuestros labios y a menudo no sólo lo escuchamos, sino que lo cantamos, «El Señor es compasivo y misericordioso».

Entre todas las atribuciones que la Biblia da a Dios, es quizás esta la más frecuente. Antes que juez severo, Dios es padre compasivo; no condena, sino que salva; no nos envía desgracias, sino ternura; no se enoja, sino que tiene una infinita paciencia con nosotros.

Cuando oímos decir a tantas personas que Dios es distante, que no se ocupa de nosotros, que, incluso, se ríe y juega con el mundo; o bien que es cruel y nos somete a duras pruebas, estamos asistiendo a una triste caricatura de Dios, ¡tan errónea! Qué lejos este Dios deformado y espantoso del Dios de Moisés, del Dios de Jesús de Nazaret, del Dios que no espera nuestra búsqueda, sino que sale a nuestro encuentro y se revela, porque le conmueve nuestro dolor y no puede resistir vernos sufrir más.

Dios no está alejado, no. El evangelio de este domingo nos presenta a los judíos sobrecogidos por dos catástrofes que han causado la muerte de muchas personas: una de origen natural —el derrumbamiento de una torre— y otra de origen político —una matanza violenta—. Hoy, estos hechos nos pueden recordar las catástrofes naturales que se cobran miles de víctimas, o la lacra del terrorismo. El mundo no ha cambiado tanto, la humanidad tampoco. Hoy, como hace dos mil años, nos preguntamos dónde está Dios, que «permite» que sucedan estas cosas.

Pero Dios está ahí, sufriendo con los que sufren, ayudando con los que ayudan, alentando la fuerza de los que luchan por sobrevivir y rescatar la belleza de la vida. Dios nunca se alejó. En todo caso, podríamos preguntar: ¿no seremos nosotros los que nos hemos alejado de Él?

Los versos de este salmo son una hermosa oración que vale la pena recitar, recordar y meditar en el corazón. Dios es nuestra vida. Él nos libera, de la enfermedad del cuerpo y del alma; el nos da alegría, fuerza, inteligencia, capacidad para discernir. «Como se levanta el cielo sobre la tierra, se levanta su bondad sobre sus fieles»… Como el sol, que luce para todos, así brilla el rostro de Dios sobre nosotros. ¿Por qué especifica el salmo «sobre sus fieles»? Porque, aunque su amor es para todos, es cierto que no todos sabrán o querrán verlo. Siempre hay quien rechaza la luz. Y, a veces, necesitamos esos momentos de tiniebla, de tropiezo, de intenso dolor interior para darnos cuenta de que hemos de cambiar de rumbo y buscar esa luz que se nos ofrece gratuita y generosamente. En el momento en que giramos nuestro rostro hacia Dios ha comenzado nuestra conversión.

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