Salmo 102
El Señor es compasivo y misericordioso.
Bendice, alma mía, al Señor, y todo mi ser a su
santo nombre. Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios.
Él perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades;
él rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura.
El Señor hace justicia y defiende a todos los
oprimidos; enseñó sus caminos a Moisés y sus hazañas a los hijos de Israel.
El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la
ira y rico en clemencia; como se levanta el cielo sobre la tierra, se levanta
su bondad sobre sus fieles.
Este es un salmo muy
conocido. Sus palabras resuenan en nuestros labios y a menudo no sólo lo
escuchamos, sino que lo cantamos, «El Señor es compasivo y misericordioso».
Entre todas las
atribuciones que la Biblia
da a Dios, es quizás esta la más frecuente. Antes que juez severo, Dios es
padre compasivo; no condena, sino que salva; no nos envía desgracias, sino
ternura; no se enoja, sino que tiene una infinita paciencia con nosotros.
Cuando oímos decir a
tantas personas que Dios es distante, que no se ocupa de nosotros, que,
incluso, se ríe y juega con el mundo; o bien que es cruel y nos somete a duras
pruebas, estamos asistiendo a una triste caricatura de Dios, ¡tan errónea! Qué
lejos este Dios deformado y espantoso del Dios de Moisés, del Dios de Jesús de
Nazaret, del Dios que no espera nuestra búsqueda, sino que sale a nuestro
encuentro y se revela, porque le conmueve nuestro dolor y no puede resistir
vernos sufrir más.
Dios no está alejado, no.
El evangelio de este domingo nos presenta a los judíos sobrecogidos por dos
catástrofes que han causado la muerte de muchas personas: una de origen natural
—el derrumbamiento de una torre— y otra de origen político —una matanza
violenta—. Hoy, estos hechos nos pueden recordar las catástrofes naturales que
se cobran miles de víctimas, o la lacra del terrorismo. El mundo no ha cambiado
tanto, la humanidad tampoco. Hoy, como hace dos mil años, nos preguntamos dónde
está Dios, que «permite» que sucedan estas cosas.
Pero Dios está ahí,
sufriendo con los que sufren, ayudando con los que ayudan, alentando la fuerza
de los que luchan por sobrevivir y rescatar la belleza de la vida. Dios nunca
se alejó. En todo caso, podríamos preguntar: ¿no seremos nosotros los que nos
hemos alejado de Él?
Los versos de este salmo
son una hermosa oración que vale la pena recitar, recordar y meditar en el
corazón. Dios es nuestra vida. Él nos libera, de la enfermedad del cuerpo y del
alma; el nos da alegría, fuerza, inteligencia, capacidad para discernir. «Como
se levanta el cielo sobre la tierra, se levanta su bondad sobre sus fieles»…
Como el sol, que luce para todos, así brilla el rostro de Dios sobre nosotros.
¿Por qué especifica el salmo «sobre sus fieles»? Porque, aunque su amor es para
todos, es cierto que no todos sabrán o querrán verlo. Siempre hay quien rechaza
la luz. Y, a veces, necesitamos esos momentos de tiniebla, de tropiezo, de
intenso dolor interior para darnos cuenta de que hemos de cambiar de rumbo y
buscar esa luz que se nos ofrece gratuita y generosamente. En el momento en que
giramos nuestro rostro hacia Dios ha comenzado nuestra conversión.
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