Salmo 26
El Señor es mi luz y mi salvación
El Señor es mi luz y mi
salvación, ¿a quién temeré? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará
temblar?
Escúchame, Señor, que te
llamo; ten piedad, respóndeme. Oigo en mí corazón: «Buscad mi rostro.»
Tu rostro buscaré, Señor,
no me escondas tu rostro. No rechaces con ira a tu siervo, que tú eres mi
auxilio.
Espero gozar de la dicha
del Señor en el país de la vida. Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo,
espera en el Señor.
Luz, fuerza, auxilio,
defensa… son atributos que los salmos y las sagradas escrituras otorgan a Dios.
En ellos se hace patente ese instante de clarividencia profunda en el que el
hombre se conoce a sí mismo y se sabe pequeño e indigente, al tiempo que
reconoce y admira la grandeza de Dios.
Son momentos que iluminan
el alma y la vida, como aquel día en que los discípulos amados de Jesús lo
acompañaron en su ascensión al Tabor y vieron en él la gloria de Dios.
Pero Dios no sólo es
grande y luminoso: también es Padre, y nos ama y protege. El hombre sediento de
amor busca su rostro, es decir, ansía
sentir sobre él su mirada, su presencia, su calor. Toda persona necesita
saberse amada, escuchada, sostenida por el amor. Detrás de muchas búsquedas
humanas, diversas y a veces desesperadas, late esa búsqueda del rostro de Dios.
«El Señor es mi luz y mi
salvación.» Caminar en tinieblas trae consigo el miedo. Y el miedo, la
incerteza, el vacío, son los grandes enemigos que acechan nuestra vida sobre la
tierra. Cuántas personas caminan desorientadas o incluso dejan de caminar,
paralizadas por el temor. Vemos a nuestro alrededor mucho movimiento, trabajo,
agitación frenética. Pero dentro de los corazones, ¿hay movimiento? ¿Hay
cambio, hay pasión, hay una evolución? Muchas veces el trajín exterior oculta
una terrible inmovilidad interior. Se nos petrifica el alma y, por mucho que
hagamos cosas, en realidad hemos comenzado a morir. Necesitamos que el sol
entre dentro de nosotros: el sol, que es ese rostro amoroso de Dios que nos
alumbra y nos transforma.
Alguien dijo que el
espíritu humano es como los girasoles. Siempre se vuelve hacia el Sol. ¡Ojalá
siempre fuera así, y buscáramos la presencia de Dios en cada momento de nuestra
vida! Que los nubarrones y las capas de miedo, frialdad y mentira no nos alejen
de él. Porque la flor que deja de recibir la luz, tarde o temprano agoniza.
En los momentos de
tiniebla no perdamos el coraje. Porque toda persona ha de conocer noches
oscuras. Es en esos momentos cuando las palabras del salmo nos recuerdan: «sé
valiente, ten ánimo. Espera en el Señor».
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