Salmo 99
Somos su pueblo y ovejas de su
rebaño.
Aclama al Señor, tierra entera, servid al Señor
con alegría, entrad en su presencia con vítores.
Sabed que el Señor es Dios: que él nos hizo y
somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño.
El Señor es bueno, su misericordia es eterna, su
fidelidad por todas las edades.
En la mentalidad de hoy,
en la que el individuo es exaltado y su autonomía parece la máxima aspiración,
las palabras del salmo y del evangelio de este domingo pueden provocar cierto
rechazo. «Somos ovejas de su
rebaño.» La simple palabra «ovejas» nos resulta incluso despectiva, sinónimo de
persona adocenada, sin criterio propio, sumisa y obediente.
Y, sin embargo, el Salmo
canta con palabras exultantes esa pertenencia al rebaño del Señor. «Somos suyos»:
esta frase no debe ser leída como sinónimo de esclavitud, sino en el sentido de
pertenencia que embarga a los que se aman. «Soy tuyo» son palabras de amante
que se entrega a su amado. Somos de Dios porque él nos ama y nunca nos
abandona.
Este salmo también da
respuestas a aquellos que creen que Dios existe, sí, pero que está muy lejano y
que es indiferente a sus criaturas. Oímos a menudo decir: «el mundo está dejado
de la mano de Dios». Existe una sensación de pérdida, de soledad. Somos
huérfanos, Dios no escucha. El salmo viene a contradecir esto. Dios sigue
siendo padre, cercano, amoroso, atento. Pero no grita ni pisa nuestra libertad.
Dios está cerca de aquellos que lo buscan y se abren a Él.
El gran drama del hombre
no es que Dios lo haya abandonado, sino que él ha abandonado a Dios. La gran
tragedia humana no es la esclavitud, sino haber utilizado la libertad para
alejarse de Aquel que es su misma fuente. El hombre no está sometido por Dios,
sino por sí mismo. Quien deja de servir a Dios con alegría, cae bajo el yugo de
los hombres.
No hay comentarios:
Publicar un comentario