Salmo 67
Los justos se alegran, gozan en la presencia de Dios, rebosando de alegría. Cantad a Dios, tocad en su honor; su nombre es el Señor.
Padre de huérfanos, protector de viudas, Dios vive en su santa morada. Dios prepara casa a los desvalidos, libera a los cautivos y los enriquece.
Derramaste en tu heredad, oh Dios, una lluvia copiosa, aliviaste la tierra extenuada; y tu rebaño habitó en la tierra que tu bondad, oh Dios, preparó para los pobres.
Los versos que cantamos
de este salmo forman parte de un gran himno triunfal, que posiblemente se
cantaba cuando el pueblo iba en procesión siguiendo al arca de la alianza.
Cantad, tocad en su honor, dice el salmo. Podemos imaginar a una gran
multitud en fiesta, alegre, entonando el cántico a su Dios. Este cantar es un
clamor agradecido. ¿Por qué?
El salmo repasa los
favores que el pueblo ha recibido de Dios. Ha enviado lluvia, ha bendecido la
tierra con cosecha y rebaño. Ha dado a los desvalidos casa y a los cautivos
libertad. Ha protegido a los pobres. Israel recuerda momentos difíciles de su
historia, de los que siempre ha salido bien librado. Y en ello ve la mano
poderosa de Dios, que los protege. Este es el cántico de un pueblo que pudo ser
destruido y barrido de la historia y, sin embargo, ha sobrevivido. Eran pobres,
cautivos, derrotados, pero Dios se ha compadecido y los ha rescatado de la
pobreza, la destrucción y la muerte.
Igualmente nosotros, hoy,
podemos elevar nuestro cántico de acción de gracias a Dios. Todos tenemos
problemas, todos hemos de abordar horas amargas de dolor, sufrimiento y dudas. Quizás
conocemos la pobreza, la soledad de la viuda, la esclavitud de un trabajo, de
unas deudas, de una situación que nos supera o de un conflicto que no sabemos
bien cómo resolver… Si confiamos en Dios, si somos honrados y valientes,
saldremos del apuro. Todos, cada día, tenemos mil motivos para dar gracias a
Dios. Quien confía en su Providencia no sale defraudado.
Algunos maestros
espirituales nos dicen que la gratitud es la mejor actitud para encontrar
la paz interior y producir cambios en nuestra vida. ¡Cuán cierto es! Esta es la
sabiduría de la Biblia, antigua y siempre nueva, que nos invita a vivir cada día
con intensidad y sentido. El fin de nuestra vida, decía San Ignacio en sus
ejercicios espirituales, es alabar y dar gracias a Dios. ¡Qué hermoso meditar
en esto! Porque quien vive para dar gloria al Creador es aquel que realmente
aprende a sobrellevar las dificultades y se empeña, pese a todo, en florecer y
dar lo mejor de sí. Lo hace, no tanto por su propio esfuerzo, sino dejándose amar
y llenar de los bienes que Dios, generosamente, quiere darnos. A veces lo único
que nos falta es dejarnos amar más por él. Como decía Martín Descalzo, ¡no
acabamos de creernos lo bueno que es Dios! Mucho más, aún más, de lo que
alcancemos a imaginar…
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