Salmo 89
R/. Señor, tú has sido nuestro refugio
de generación en generación
Tú reduces el hombre a polvo,
diciendo: «Retornad, hijos de Adán.»
Mil años en tu presencia
son un ayer, que pasó;
una vela nocturna. R/.
Los siembras año por año,
como hierba que se renueva:
que florece y se renueva por la mañana,
y por la tarde la siegan y se seca. R/.
Enséñanos a calcular nuestros años,
para que adquiramos un corazón sensato.
Vuélvete, Señor, ¿hasta cuándo?
Ten compasión de tus siervos. R/.
Por la mañana sácianos de tu misericordia,
y toda nuestra vida será alegría y júbilo.
Baje a nosotros la bondad del Señor
y haga prósperas las obras de nuestras manos. R/.
R/. Señor, tú has sido nuestro refugio
de generación en generación
Tú reduces el hombre a polvo,
diciendo: «Retornad, hijos de Adán.»
Mil años en tu presencia
son un ayer, que pasó;
una vela nocturna. R/.
Los siembras año por año,
como hierba que se renueva:
que florece y se renueva por la mañana,
y por la tarde la siegan y se seca. R/.
Enséñanos a calcular nuestros años,
para que adquiramos un corazón sensato.
Vuélvete, Señor, ¿hasta cuándo?
Ten compasión de tus siervos. R/.
Por la mañana sácianos de tu misericordia,
y toda nuestra vida será alegría y júbilo.
Baje a nosotros la bondad del Señor
y haga prósperas las obras de nuestras manos. R/.
Este salmo, con un tono
sapiencial, nos confronta con una realidad de la vida: somos efímeros. Como la
semilla, somos plantados, segados y morimos. «Calcular nuestros años» es una
forma de decir: aprendamos a gestionar nuestro tiempo. Sepamos vivir con
plenitud nuestro presente, minuto a minuto. Aprendamos a saborear nuestra vida,
porque el tiempo corre y jamás vuelve atrás. No podemos pulsar una tecla de
pausa, ni un replay para retroceder, repetir o corregir lo que ya pasó.
Ante la fugacidad de la vida
sobreviene una angustia natural en todo ser humano. «Ten compasión de tus
siervos», reza el salmo. ¿Qué le estamos pidiendo a Dios? El hebreo en el
exilio o en la prueba rezaba, quizás, porque terminaran sus desgracias. Nosotros,
hoy, rezamos para que se resuelvan nuestros problemas, podamos recuperar la
salud, o solucionar un conflicto o una carencia que nos hace sufrir. ¡Ten
compasión!
Pero Dios ya nos ha
compadecido. Nos ha regalado el tiempo, y está en nuestras manos hacerlo
fructificar. ¿Deseamos saciarnos de alegría? ¿Deseamos que nuestro trabajo dé
fruto y que las obras de nuestras manos prosperen? Pongámoslo en manos de Dios.
El que nos creó nos dará la fuerza, la sabiduría y la paciencia necesarias. Aprendamos
de él, que también es paciente con nosotros y aguarda a que demos fruto. Dios
no nos arranca como la cizaña del campo. Dios aguarda. Y mientras espera nos
mira, y su mirada es como el sol que hace crecer las plantas.
A veces nos esforzamos mucho
en vano, y no vemos resultado en nuestros afanes. A veces nos peleamos con
nosotros mismos para cambiar, para ser mejores, para pulir nuestros defectos o
potenciar alguna virtud. ¡Y siempre volvemos a caer en lo mismo!
Quizás necesitamos otra
sabiduría distinta, otra actitud. Dios no nos pide que seamos lo que no somos,
ni que hagamos imposibles. Dios nos ha dado, como a toda semilla, un enorme
potencial para que crezcamos según nuestra naturaleza: humana y con un alma
casi divina, inmortal y hambrienta de infinito. Tan sólo necesitamos dejarnos
mirar por él, dejarnos modelar por él, dejar que su luz nos alimente y nos haga
crecer. Bajo su mirada, nutridos por su amor, podremos desplegarnos y dar fruto.
Necesitamos vivir con una actitud más serena y contemplativa: no es Dios el que
tiene que volverse hacia nosotros; somos nosotros los que hemos de girarnos
hacia él.
Amen y que el señor siempre escuche cada una de nuestras oraciones, pero sobretodo de nuevas peticiones, Amen
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