Salmo 145
Dichosos los pobres en el espíritu,
porque de ellos es el reino de los cielos.
El Señor mantiene su fidelidad perpetuamente, hace
justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos. El Señor libera a los
cautivos.
El Señor abre los ojos al ciego, el Señor endereza
a los que ya se doblan, el Señor ama a
los justos, el Señor guarda a los peregrinos.
Sustenta al huérfano y a la viuda y trastorna el
camino de los malvados. El Señor reina eternamente, tu Dios, Sión, de edad en
edad.
En las sagradas
escrituras, y muy especialmente en los salmos, Jesús encuentra un caudal para
expresar el mensaje del Reino de Dios. Ya en el Antiguo Testamento vemos que el
pueblo judío tenía un sentido de la justicia que sobrepasa en mucho las leyes
humanas y nuestra mentalidad retributiva y un tanto mercantil.
La justicia de Dios es su
amor magnificente e incondicional. El justo de Dios es el que reconoce a Dios
tal como es, en su largueza y misericordia. Y puede aceptar su amor porque es
humilde y se reconoce necesitado de Él. Este es el significado de la expresión
“pobre en el espíritu”.
En este salmo podemos
encontrar ecos de las bienaventuranzas. Vemos cómo Dios siempre está al lado de
los que sufren, de los que viven oprimidos, perseguidos, hambrientos.
Muchos incrédulos podrían
cuestionar: si Dios está con ellos, ¿por qué sufren? ¿No podría librarlos de
los sufrimientos?
La respuesta está en el
origen de tanto dolor. Hay un dolor inherente a la vida misma, como lo es el
dolor de nacer, de morir y de perder a los seres amados. Pero hay muchos otros
dolores causados por la injusticia y el egoísmo humano. Y en este caso, Dios ya
nos da los medios para paliar el mal. Nos da capacidad, inteligencia y fuerza
para combatir el sufrimiento, el hambre, las desigualdades sociales, la guerra…
¡Lo tenemos todo! También tenemos nuestra libertad. El uso que hagamos de ella
tendrá sus consecuencias.
Cuando decidimos,
libremente, obrar de manera que causamos daño a los demás, Dios sufre. Sufre y
llora con los que padecen. Muere con ellos. No los dejará abandonados. La
historia de la humanidad no puede leerse a corto plazo. En el transcurrir del
tiempo encontramos sentido a los acontecimientos y vamos viendo cómo, a la
larga, aquellos que prescinden de Dios y se rigen por su egolatría acaban
sumidos en el vacío y en la muerte. Siempre ha sido así: el camino de los
arrogantes acaba en un abismo. En cambio, a quienes cuentan con Él, Dios los
sostiene y su huella deja un rastro de bondad que, a menudo, es imperecedero.
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