El Señor es mi luz y mi salvación.
El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién
temeré? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar?
Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la
casa del Señor por los días de mi vida; gozar de la dulzura del Señor
contemplando su templo.
Espero gozar de la dicha del Señor en el país de
la vida. Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor.
El salmo que leemos hoy
enlaza con las palabras del profeta Isaías, vaticinando la luz y la liberación
para su pueblo esclavizado, y con las de Jesús en las aldeas de Galilea,
exhortando a la conversión, “porque el Reino de Dios está cerca”.
¿Qué es el Reino de Dios?
Podríamos responder con estos versos del salmo: es “habitar en la casa del
Señor”, “gozar de la dulzura del Señor”, gozar de su dicha “en el país de la
vida”. El país de la vida: esta podría ser una bella definición del Reino de
Dios.
Porque Dios reina allí
donde hay vida, belleza, abundancia, amor. Y su reino no es otro que vivir en
su presencia: ante nosotros, dentro de nosotros, palpitando en nuestro ser.
Las escrituras siempre
han tomado la luz como imagen de Dios. La luz es energía, potencia, signo de
vida. Donde hay luz, por más miseria y pecado que pueda abundar, las tinieblas
acaban huyendo. No hay un solo rincón que permanezca en completa oscuridad allí
donde alcanza el más pequeño rayo de luz.
¿Por qué a veces nuestras
vidas parecen tan oscuras y nos hundimos en el desánimo y en la tristeza? No es
porque falte la luz, sino porque nos encerramos a cal y canto en nuestras
mazmorras, pensando que dentro de ellas encontraremos respuestas… O porque
quizás tenemos miedo a lo que puede entrar de afuera de nosotros. O porque
desconfiamos y creemos que nada que venga de afuera puede ser bueno. Tenemos
miedo. Incluso se nos ha inculcado que todo lo que nos viene dado por otros puede
ser una amenaza a nuestra libertad. ¡Son actitudes tan frecuentes! A la hora de
hablar de Dios, las encontramos en miles de bocas. Cuánto cuesta abrir un
resquicio de alma a la luz. Con qué obstinación nos aferramos a nuestro pobre y
mísero yo, confundiendo la egolatría con la libertad.
Los versos del salmista
son el canto de quien ha vencido esos miedos y ha hecho saltar los cerrojos de
su corazón. Con la luz, desaparece el miedo. Con la calidez de Dios, se diluye
la tristeza. ¿Quién me hará temblar? En los momentos más bajos de nuestra vida,
recordemos las palabras de este salmo: “Sé valiente, ten ánimo, espera en el
Señor”. Porqué Él jamás defrauda a quien lo espera con sinceridad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario