Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.
El Señor tenga piedad y
nos bendiga,
ilumine su rostro sobre
nosotros;
conozca la tierra tus
caminos,
todos los pueblos tu
salvación.
Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con
justicia,
riges los pueblos con
rectitud
y gobiernas las naciones
de la tierra.
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te
alaben.
Que Dios nos bendiga;
que le teman hasta los
confines del orbe.
Cuando un salmo como este
exulta de alegría y rebosa alabanzas, no deberíamos pensar que se trata de una
efusión exagerada.
Quien canta reza dos
veces; quien canta es porque rezar se le queda corto y necesita no hablar, sino
gritar; no sonreír, sino danzar de puro gozo.
¿Quién puede llenarnos de
tanta alegría que no nos quepa dentro del cuerpo… ni del alma? Sólo el que es más
grande que nosotros, más grande que el mundo, más que el universo entero.
Y este Grande no nos
aplasta con su poder, sino que nos estremece y nos vivifica con su amor. No nos
apabulla ni nos domina; sino que nos seduce y nos colma de regalos.
Quien ha experimentado el
milagro y el gozo de la propia existencia conoce esta alegría desbordante. Conoce
este amor, y por eso prorrumpe en cánticos. De lo que está lleno el corazón
habla la boca.
¿Realmente tenemos
motivos para compartir esta alegría del salmista? Quizás nos parezca que en el
mundo de hoy no resulta muy oportuno entregarse a estas manifestaciones tan
jubilosas. Pero… ¿creéis que el mundo de hace tres milenios era mucho mejor?
¿Creéis que los judíos que vivieron la invasión, la guerra, el exilio y el
retorno sufrieron menos que los hombres de hoy? La guerra, el drama de los refugiados, la
pobreza, las persecuciones políticas y religiosas no son algo nuevo. Los
israelitas conocieron todo eso. Y, a pesar de todo, encontraron motivos para
vivir, para luchar, para seguir adelante. A pesar de todo, descubrieron a un
Dios compañero de camino que jamás los abandonó. Por eso podían cantar.
Hagamos nuestro su canto.
Hagamos nuestra su alegría, porque nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI,
no somos menos amados ni menos acompañados que ellos.
Al contrario, tenemos
algo que los antiguos jamás vieron ni oyeron, ni siquiera pudieron palpar. Tenemos
la presencia, viva y actual, de este Dios que para estar más cerca se ha hecho hombre y ha muerto como
nosotros. Este Dios que, para estar ¡dentro de nosotros! se nos ha hecho pan.
¡Claro que tenemos
motivos para cantar y estar alegres! El Señor ya ha tenido toda la piedad del
mundo, ya nos ha iluminado con su mirada, nos ha amado y nos ha bendecido. Por
eso podemos exclamar: Oh Dios, que te
alaben todos los pueblos, que todos los pueblos te alaben. Y nosotros,
seamos los primeros en hablar de tus maravillas. De tus milagros. De tu amor.
“Quien canta reza dos veces” - San Agustín…Por eso en el Ministerio de Música a que pertenezco en mi parroquia en P.R. siempre cantamos los Salmos en la Celebración Eucarística. No es coincidencia que hoy después de salir de la Hora Santa con Jesús sacramentado haya encontrado este blog. Dios claramente me está hablando de adorarle en ese momento tan especial utilizando los Salmos, pero cantados. Su Espíritu Santo me ha inspirado desde el año 2003 a ponerle melodía a algunos de ellos. Dios le bendiga y gracias por su misión en su blog de explicarnos el orígen de cada salmo.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario. Me alegro que este blog te inspire y te ayude. ¿En qué lugar está tu parroquia? Es muy bonito que cantéis los salmos con música. Fueron compuestos para ser cantados en comunidad.
ResponderEliminarAsisto a la Capilla Santa Rosa de Lima perteneciente a la Parroquia Cristo Salvador de Guaynabo, Puerto Rico. Veo que usted reside en España, nuestra madre patria. La visité hace tres años; espero volver en un futuro a conocer Barcelona y Sevilla dónde residían mis cuartos abuelos.
EliminarGracias por comentar. En mi parroquia tengo a muchos feligreses de países de América. Todos somos hermanos, la fe en Jesús nos hermana a todos.
ResponderEliminarAmén!
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