Salmo 18
Tus palabras, Señor, son espíritu y vida
La ley del Señor es perfecta
y es descanso del alma;
el precepto del Señor es fiel
e instruye al ignorante.
Los mandatos del Señor son rectos
y alegran el corazón;
la norma del Señor es límpida
y da luz a los ojos.
La voluntad del Señor es pura
y eternamente estable;
los mandamientos del Señor son verdaderos
y enteramente justos.
Que te agraden las palabras de mi boca,
y llegue a tu presencia
el meditar de mi corazón,
Señor, roca mía, redentor mío.
La ley del Señor es perfecta
y es descanso del alma;
el precepto del Señor es fiel
e instruye al ignorante.
Los mandatos del Señor son rectos
y alegran el corazón;
la norma del Señor es límpida
y da luz a los ojos.
La voluntad del Señor es pura
y eternamente estable;
los mandamientos del Señor son verdaderos
y enteramente justos.
Que te agraden las palabras de mi boca,
y llegue a tu presencia
el meditar de mi corazón,
Señor, roca mía, redentor mío.
¿Se pueden conjugar dos conceptos aparentemente tan opuestos
como ley y alegría? ¿Podemos conciliar rectitud y expansión del corazón? ¿Deber
cumplido y gozo exultante?
El salmo 18 nos muestra que sí. La ley del Señor es pura y
estable, pero es también fuente de alegría y de paz interior. El salmo habla de
un bienestar triple: emocional ―alegra
el corazón―, mental ―da luz a los ojos― y espiritual ―descanso del alma―. Porque esta ley no es
un conjunto de normas humanas, sino que es la enseñanza que brota del corazón
de Dios, un Dios lleno de amor por sus criaturas. Por eso, la voluntad de Dios
no puede ser otra que la plenitud del hombre. Si las leyes humanas constriñen y
sirven a los intereses de unos pocos poderosos, la ley de Dios libera y sirve
para el crecimiento de toda persona. Conocer esta ley hace nuestra vida más
hermosa y profunda, y nos ayuda a vivir con una alegría que no depende de los
avatares de cada día, sino de una fuente que surge de nuestro interior. Es la
fuente de la vida, del sabernos amados incondicionalmente por Aquel que nos
hace existir. A partir de aquí, podemos vivir de una forma justa, benevolente
con nosotros mismos y con los demás, solidaria, amable.
El salmo termina con un deseo: «que te agraden las palabras
de mi boca y llegue a tu presencia el meditar de mi corazón». Es el deseo de
que nuestro discurso y nuestro pensamiento sean en verdad limpios, agradecidos,
llenos de la bondad que Dios desea darnos. El poder de la palabra es enorme,
porque modela las creencias y suscita emociones. Y el pensamiento que brota del
corazón es el motor de nuestro actuar. Por eso el salmista reza para que tanto
sus palabras como su mente agraden a Dios y estén en sintonía con las suyas,
que son «espíritu y vida».
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